Hace unos años, luego de una separación amorosa, entre a un resto a compartir una noche con amigos, ellos pretendían sacarme de mi estado, casi, depresivo, yo anhelaba hundirme más en él. Así que, en ese lugar, al que llegue de casualidad, sucedió uno de esos momentos por los que vale la pena seguir respirando. Así lo recuerdo, por partes, armado con los retazos que quedaron en mi recuerdo, con las líneas que le dedique por aquellos días…
Mientras intentaba hacer contacto visual, con la mesera asignada a nuestra mesa, apareció ella, el vaivén de sus caderas, envidia del mejor wing izquierdo brasilero de la década del 70, hacia innecesaria la música, todo el ritmo se encontraba en ella.
Su look, mezcla justa de preocupación y desinterés por lucir bien, hacia improbable no fijarse en ella. Era una de esas personas que parecen tener una luz alrededor, algunos lo llaman carisma, otros personalidad, quizás luz interior, llámalo como quieras, ella lo tenia y esa noche estaba en todo su esplendor.
Yo, era restos, de lo que había sido tiempo atrás, hundido en mi ser, intentaba saber cosas de ella, entre pedido y pedido, es raro intentar hablar con una mesera, uno no tiene más que segundos para dejar una frase o algo que llame la atención, que le llame la atención. Creo que esa noche lo logre. Volví al sábado siguiente, me saludo, creo que se acordaba de mí, o lo disimulo muy bien, me senté en una mesa que sabia le estaba asignada a ella, charlamos bastante, supe cosas de ella, me sentía atrapado por su ser.
Con el paso de los días, me hice cliente del lugar, los diálogos con ella se extendían más allá de los pedidos, por momentos parecía el único cliente del lugar.
Guardo increíbles recuerdos de aquellos días, ¿Como término todo?, muy bien, un día la invite a desayunar, me dijo que no.
Seguí yendo al lugar, los diálogos fueron creciendo día a día, en todo sentido. Hoy puedo decir, que me perdí una historia de ropas quitadas, sin embargo, gane un alma gemela, una compañera de “panzadas intelectualoides”, en fin, una hermana, saldo más que positivo…
La recomendación de hoy es, Jorge Guillen, este Vallisoletano nacido en 1893 en el seno de una familia acomodada, estudió Filosofía y Letras, carrera que terminaría en Granada en 1913. En 1924 se doctoró con una tesis sobre Góngora. Desde 1926 a 1929 es catedrático de Lengua y Literatura españolas en la Universidad de Murcia; en 1931 pasa a la Universidad de Sevilla, donde le sorprende la guerra civil. Detenido y encarcelado, saldrá de España en 1937 rumbo a Estados Unidos; imparte clases en Wellesley College de Massachussetts. Fue profesor visitante en diversos centros universitarios norteamericanos, en Puerto Rico, en México y en otros países de Hispanoamérica. A partir de 1949 realiza viajes a Europa: España, Francia e Italia. Su estancia en París le permitió entrar en contacto con Paul Valéry y su concepción de una poesía pura y estructurada con un rigor formal exigente. En 1977 se le concede el Premio Cervantes. Cuando se jubila, alterna períodos de su vida en Estados Unidos, Italia y Málaga, donde murió en 1984. Amigos los dejo con una poesía del gran poeta de la generación del 37, mas bien el poeta de dicha generación.
Mientras intentaba hacer contacto visual, con la mesera asignada a nuestra mesa, apareció ella, el vaivén de sus caderas, envidia del mejor wing izquierdo brasilero de la década del 70, hacia innecesaria la música, todo el ritmo se encontraba en ella.
Su look, mezcla justa de preocupación y desinterés por lucir bien, hacia improbable no fijarse en ella. Era una de esas personas que parecen tener una luz alrededor, algunos lo llaman carisma, otros personalidad, quizás luz interior, llámalo como quieras, ella lo tenia y esa noche estaba en todo su esplendor.
Yo, era restos, de lo que había sido tiempo atrás, hundido en mi ser, intentaba saber cosas de ella, entre pedido y pedido, es raro intentar hablar con una mesera, uno no tiene más que segundos para dejar una frase o algo que llame la atención, que le llame la atención. Creo que esa noche lo logre. Volví al sábado siguiente, me saludo, creo que se acordaba de mí, o lo disimulo muy bien, me senté en una mesa que sabia le estaba asignada a ella, charlamos bastante, supe cosas de ella, me sentía atrapado por su ser.
Con el paso de los días, me hice cliente del lugar, los diálogos con ella se extendían más allá de los pedidos, por momentos parecía el único cliente del lugar.
Guardo increíbles recuerdos de aquellos días, ¿Como término todo?, muy bien, un día la invite a desayunar, me dijo que no.
Seguí yendo al lugar, los diálogos fueron creciendo día a día, en todo sentido. Hoy puedo decir, que me perdí una historia de ropas quitadas, sin embargo, gane un alma gemela, una compañera de “panzadas intelectualoides”, en fin, una hermana, saldo más que positivo…
La recomendación de hoy es, Jorge Guillen, este Vallisoletano nacido en 1893 en el seno de una familia acomodada, estudió Filosofía y Letras, carrera que terminaría en Granada en 1913. En 1924 se doctoró con una tesis sobre Góngora. Desde 1926 a 1929 es catedrático de Lengua y Literatura españolas en la Universidad de Murcia; en 1931 pasa a la Universidad de Sevilla, donde le sorprende la guerra civil. Detenido y encarcelado, saldrá de España en 1937 rumbo a Estados Unidos; imparte clases en Wellesley College de Massachussetts. Fue profesor visitante en diversos centros universitarios norteamericanos, en Puerto Rico, en México y en otros países de Hispanoamérica. A partir de 1949 realiza viajes a Europa: España, Francia e Italia. Su estancia en París le permitió entrar en contacto con Paul Valéry y su concepción de una poesía pura y estructurada con un rigor formal exigente. En 1977 se le concede el Premio Cervantes. Cuando se jubila, alterna períodos de su vida en Estados Unidos, Italia y Málaga, donde murió en 1984. Amigos los dejo con una poesía del gran poeta de la generación del 37, mas bien el poeta de dicha generación.
Duermes...
Duermes. Mi mano toca sueño. Duermes.
Gozo de tu inocencia confiada,
de tu implícita forma en esa noche
que hace tan suya con amor la mano.
Te siento dormir sin verte,
serenísima, sagrada,
nunca imagen de la muerte,
y oponiéndote a la nada
triunfar como piedra inerte.
La delicada masa de tu sueño
se espesa junto a mí, sin paz nocturna,
que así convive con la invulnerable,
cuyo retorno al despertar es siempre
la súbita inmersión en nuestra dicha.
Sumido en un calor de dos, el sueño
relaja su clausura, casi abierta
dulcemente hacia el día aún isleño.
Calor, amor.
La historia tras la puerta.
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