Friday, June 24, 2011

Esperar...

Esperar, siempre se trata de esperar. Esperar que el despertador se apiade de uno, esperar que el colectivo pase en horario, esperar que todos no se tomen el mismo colectivo que vos. Esperar que los suicidas no elijan tu línea de tren, esperar que ande el tren. Esperar que te reciban con un mate, esperar la hora del almuerzo. Esperar que el mozo te mire, esperar que el mozo traiga lo que pediste, esperar que el mozo traiga la sal, esperar encontrarle el gusto a las pastas que pediste.

Esperar, siempre se trata de esperar. Esperar que tus amigos lleguen en horario, esperar que no lleguen las cuentas, esperar que pasen una película decente en el cable, esperar que los perros no quieran pasear cuando llueve, esperar que las cuentas cierren a fin de mes.

Esperar, siempre se trata de esperar. Pero hay esperas, las nombradas, que ofuscan, enojan, irritar pero no angustian. Hay solo algunas esperas que angustian, esperar el amor por ejemplo. Esperar que ella te devuelva con tu misma pasión las miradas, esperar que ella quiero compartir el tiempo con vos con tus mismas ganas, claro esta, que lo que angustia no es la espera en si, sino el saber que esta espera puede que se vuelva eterna…



De recomendación les dejo un poema de Paul Verlaine. Poeta francés nacido en Metz en 1844. Amigo de los que había que ser amigo en su época, Rimbaud, Baudelaire, entre otros. Las dos primeras estrofas del poema "Chanson d'automne" (Canción de otoño) fueron la contraseña elegida por los aliados en la II Guerra Mundial para dar la señal a la resistencia francesa de que se iniciaba el desembarco de Normandía.

Agobiado por el vicio y la enfermedad, falleció en Paris en 1896



Canción de otoño

Los sollozos más hondos
del violín del otoño
son igual
que una herida en el alma
de congojas extrañas
sin final.

Tembloroso recuerdo
esta huida del tiempo
que se fue.
Evocando el pasado
y los días lejanos
lloraré.

Este viento se lleva
el ayer de tiniebla
que pasó,
una mala borrasca
que levanta hojarasca
como yo.

Monday, February 14, 2011

Una mirada...


Una mirada, solo una alcanza para comunicar la peor de las tragedias, solo unos segundos, un mirarse fijo, un perderse un instante en la mas noble forma de comunicarse es suficiente. Todo lo demás sobra, es mirarse para comunicar después ofrecer el cuerpo para contener.

Una mirada habilita el paso inicial que da comienzo al mas sublime de los actos de amor, sin esa habilitación que da la mirada, el primer beso no llegara, solo será una serie de movimientos torpes, brutos, sin sentido, sin esa mirada cómplice todo carece de sentido, todo es esfuerzo en vano.

Es un mirarse, es un rozar de labios, es relajarse en una caricia en el pelo, es soñar lo mismo en el preciso instante donde comienzan los sueños, es dejar de pensar en uno para pensar de a dos, es sentir que la piel no soporta ni un escalofrió mas ocasionado por el roce casual de su cuerpo, es pensar que ya es imposible disimular los sentimientos al tenerla cerca, es todo eso reducido a una mirada a la distancia, entre decenas de miradas.

Es un comienzo, un azaroso camino, una apuesta a pleno en una caprichosa ruleta siempre esquiva, es un suspiro esperanzador, pero siempre reducido a una mirada, que comunica lo que se necesita en este momento, esa mirada pacificadora, ese lugar de paz, comunica que ahí hay una compañera…



La recomendación de hoy viaja a México, en la figura poética de José Emilio Pacheco. Nacido en la Ciudad de México el 30 de junio de 1939. Su obra fue reconocida muy pronto: desde la década de los cincuenta ya figuraba en antologías al lado de los grandes poetas de Latinoamérica.


Miseria de la poesía


Me pregunto qué puedo hacer contigo

Ahora que han pasado tantos años,

Cayeron los imperios,

La creciente arrasó con los jardines,

Se borraron las fotos

Y en los sitios sagrados del amor

Se levantan comercios y oficinas

(con nombres en inglés naturalmente).


Me pregunto qué puedo hacer contigo

Y hago un pseudo poema

Que tú nunca leerás

―o si lo lees,

En vez de una punzada de nostalgia,

Provocará tu sonrisita crítica.


La Foto pertenece a http://www.flickr.com/photos/nestavazquez/2537934387/


Tuesday, January 11, 2011

De Madrugadas y diálogos con uno mismo...


Se debía un dialogo con el mismo, un dialogo a corazón abierto, y las noches de tormenta siempre son la escenografia perfecta para esa escena tan particular que es enfrentarse a uno mismo. Separo sus miedos de sus certezas, las pocas que le quedan, acorralo sus deseos en un rincón, visualizo sus sueños, una vez más, pero esa sensación extraña seguía ahí, firme, como recostada en el medio de su pecho.

Bajo y subió ese cordón mil veces, jugo con las monedas en su bolsillo, contó segundos, adivino patentes de autos, miro hacia el final de la avenida, como si todos esos ejercicios lograran la corporizacion de un colectivo, charlo con un extraño sobre la proximidad de la tormenta, aconsejo como viajar a Pompeya, pero no se visualizaba la llegada de su carruaje, de aquel que lo depositara en su casa, en su cama, en su almohada confidente de tantas noches, como esta, que se presentaban llenas de angustias.

Subió al colectivo que avanzo, solo unos metros, y ya estaba siendo acariciado por una leve garúa, vio como esa garúa se transformaba en gota, se convertía en chaparrón, y ya no se veía nada, todo era agua, todo era viento, avanzando por la ciudad sin ver nada, la vida se hace metáfora a cada paso pensó, y se acomodo mejor en su campera. El Bocha Sokol le canta al oído temas de Sumo, después es solo tener ganas de que el chofer elija la pared más linda de la ciudad para estrellar esa bestia de metal que maneja. La lluvia no cede, se siente la reina de la ciudad, la angustia no cede un centímetro en ese pecho ocupado a pleno, y el chofer no encuentra ninguna pared digna, así que se decide ponerle fin a puro pensamiento, a puro “sincerismo” con el mismo.

Llegando al final del recorrido, la lluvia firma una tregua, leve pero tregua al fin, sigue presente pero da la posibilidad de caminar los últimos metros sin tener que correr, sin tener que escaparle a la pulmonía. La angustia no cede, sigue acomodándose, en ese pecho tan susceptible a esas sensaciones, sigue haciendo hogar ese lugar, ese espacio. La noche llega a su final, no así las reflexiones, los pensamientos, los sueños, los suspiros que buscan sacar un aire pesado para incorporar otro más puro, las visualizaciones de ojos que ya no se miran, de ojos que se quieren mirar más…



La recomendación poética de hoy viaja hasta Colombia, María Mercedes Carranza (Bogotá, 24 de mayo de 1945-11 de julio de 2003). Poetisa y periodista. Dijo sobre ella el poeta colombiano Juan Manuel Roca “no alcanzó a irse cuando ya empezó a hacer falta”.



Extraños en la noche.


Nadie mira a nadie de frente,
de norte a sur la desconfianza, el recelo
entre sonrisas y cuidadas cortesías.
Turbios el aire y el miedo
en todos los zaguanes y ascensores, en las camas.
Una lluvia floja cae
como diluvio: ciudad de mundo
que no conocerá la alegría.
Olores blandos que recuerdos parecen
tras tantos años que en el aire están.
Ciudad a medio hacer, siempre a punto de parecerse a algo
como una muchacha que comienza a menstruar,
precaria, sin belleza alguna.
Patios decimonónicos con geranios
donde ancianas señoras todavía sirven chocolate;
patios de inquilinato
en los que habitan calcinados la mugre y el dolor.
En las calles empinadas y siempre crepusculares,
luz opaca como filtrada por sementinas láminas de alabastro,
ocurren escenas tan familiares como la muerte y el amor; estas
calles son el laberinto que he de andar y desandar: todos los
pasos que al final serán mi vida. Grises las paredes, los
árboles y de los habitantes el aire de la frente a los pies. A
lo lejos el verde existe, un verde metálico y sereno, un verde
Patinir de laguna o río, y tras los cerros tal vez puede verse
el sol. La ciudad que amo se parece demasiado a mi vida; nos
unen el cansancio y el tedio de la convivencia pero también la
costumbre irremplazable y el viento.