
Le alcanzo para ilusionarse, le alcanzo para sentirse vivo, tan solo un instante, le alcanzo para tener por que sonreír por las mañanas. Pensaba todo eso, y más, mientras caminaba de regreso a su casa, la parada del subte parecía más lejana que los demás días de la semana. Claro estaba que, en los días anteriores, había estado ella, ese ángel esperanzador rondando sus horas.
Salto, de uno en uno, los escalones que lo hacían descender a la estación del subte. Camino hacia su punta preferida, respiro profundo, y sentía que no estaba traspirando sino llorando por los poros, sentía que los ojos no alcanzaban para descomprimir tanta angustia, sentía que el cuerpo había tomado la correcta decisión de llorar por los poros. El viaje duro lo que todos los días, sin embargo se hizo más tedioso que lo rutinario. El vaivén, del cansado vagón de madera, lo hacia recordar a una película de ficción, una película que trataba sobre el infinito.
Saliendo del subte, una bocanada de aire fresco le golpeo el alma, los pensamientos se fueron encadenando, saltando de una película a otra, de un recuerdo a otro, siempre la misma sensación, la sensación de estar condenado a seguir recorriendo el mismo sendero.
En la parada del colectivo reinaba la soledad, esa compañera de los últimos años, así que se sintió en un lugar cómodo, como en casa con amigos, y soltó unas lágrimas. No se sintió para nada aliviado, la falta de respuestas lo seguía angustiando. Llego el colectivo, subió y se acomodo en los asientos del fondo, se colgó los auriculares y empezó a mirar por la ventana. El colectivo avanzaba, él luchaba por no caer vencido por las tropas del cansancio. Pero cuando las tropas estaban entrando triunfantes a la ciudad de los sueños, una maniobra brusca del chofer les saco el triunfo, y él se encontró, mirando de frente, a lo que podría ser un principio de respuesta.
Por la ventana del colectivo se veía, lo que fue un Video Club, entre rejas oxidadas, carteles de “Se Alquila” y fotos de viejas campañas políticas, se asomaba el afiche de una película, que él amaba, con su respectivo slogan publicitario. El afiche estaba monopolizado por la imagen de la protagonista, abajo su nombre, y bajo él, el slogan. Se quedo pensando en la frase, y pensó en volver a ver “Amelie, va a cambiar tu vida”…