Tuesday, January 11, 2011

De Madrugadas y diálogos con uno mismo...


Se debía un dialogo con el mismo, un dialogo a corazón abierto, y las noches de tormenta siempre son la escenografia perfecta para esa escena tan particular que es enfrentarse a uno mismo. Separo sus miedos de sus certezas, las pocas que le quedan, acorralo sus deseos en un rincón, visualizo sus sueños, una vez más, pero esa sensación extraña seguía ahí, firme, como recostada en el medio de su pecho.

Bajo y subió ese cordón mil veces, jugo con las monedas en su bolsillo, contó segundos, adivino patentes de autos, miro hacia el final de la avenida, como si todos esos ejercicios lograran la corporizacion de un colectivo, charlo con un extraño sobre la proximidad de la tormenta, aconsejo como viajar a Pompeya, pero no se visualizaba la llegada de su carruaje, de aquel que lo depositara en su casa, en su cama, en su almohada confidente de tantas noches, como esta, que se presentaban llenas de angustias.

Subió al colectivo que avanzo, solo unos metros, y ya estaba siendo acariciado por una leve garúa, vio como esa garúa se transformaba en gota, se convertía en chaparrón, y ya no se veía nada, todo era agua, todo era viento, avanzando por la ciudad sin ver nada, la vida se hace metáfora a cada paso pensó, y se acomodo mejor en su campera. El Bocha Sokol le canta al oído temas de Sumo, después es solo tener ganas de que el chofer elija la pared más linda de la ciudad para estrellar esa bestia de metal que maneja. La lluvia no cede, se siente la reina de la ciudad, la angustia no cede un centímetro en ese pecho ocupado a pleno, y el chofer no encuentra ninguna pared digna, así que se decide ponerle fin a puro pensamiento, a puro “sincerismo” con el mismo.

Llegando al final del recorrido, la lluvia firma una tregua, leve pero tregua al fin, sigue presente pero da la posibilidad de caminar los últimos metros sin tener que correr, sin tener que escaparle a la pulmonía. La angustia no cede, sigue acomodándose, en ese pecho tan susceptible a esas sensaciones, sigue haciendo hogar ese lugar, ese espacio. La noche llega a su final, no así las reflexiones, los pensamientos, los sueños, los suspiros que buscan sacar un aire pesado para incorporar otro más puro, las visualizaciones de ojos que ya no se miran, de ojos que se quieren mirar más…



La recomendación poética de hoy viaja hasta Colombia, María Mercedes Carranza (Bogotá, 24 de mayo de 1945-11 de julio de 2003). Poetisa y periodista. Dijo sobre ella el poeta colombiano Juan Manuel Roca “no alcanzó a irse cuando ya empezó a hacer falta”.



Extraños en la noche.


Nadie mira a nadie de frente,
de norte a sur la desconfianza, el recelo
entre sonrisas y cuidadas cortesías.
Turbios el aire y el miedo
en todos los zaguanes y ascensores, en las camas.
Una lluvia floja cae
como diluvio: ciudad de mundo
que no conocerá la alegría.
Olores blandos que recuerdos parecen
tras tantos años que en el aire están.
Ciudad a medio hacer, siempre a punto de parecerse a algo
como una muchacha que comienza a menstruar,
precaria, sin belleza alguna.
Patios decimonónicos con geranios
donde ancianas señoras todavía sirven chocolate;
patios de inquilinato
en los que habitan calcinados la mugre y el dolor.
En las calles empinadas y siempre crepusculares,
luz opaca como filtrada por sementinas láminas de alabastro,
ocurren escenas tan familiares como la muerte y el amor; estas
calles son el laberinto que he de andar y desandar: todos los
pasos que al final serán mi vida. Grises las paredes, los
árboles y de los habitantes el aire de la frente a los pies. A
lo lejos el verde existe, un verde metálico y sereno, un verde
Patinir de laguna o río, y tras los cerros tal vez puede verse
el sol. La ciudad que amo se parece demasiado a mi vida; nos
unen el cansancio y el tedio de la convivencia pero también la
costumbre irremplazable y el viento.