Monday, May 31, 2010

Que me lleva a escribir, que me lleva a enamorarme…


No hay un solo camino que te lleve a escribir. Existen cientos de motivaciones externas e internas. Una frase soltada por azar uno noche cualquiera. Una imagen desoladora captada a través de la ventana de un colectivo. Un amor no correspondido y todo su dolor, un amor correspondido y todos sus miedos. Un trío de rock en una noche de humo y risas, una reunión de amigos. Una tarde lluviosa de domingo, un retornar eterno a casa después de una noche que insinuó mucho y mostró poco. Seis whiskyes sin hielo, dos piernas eternas. El silencio de una noche de campo, el amanecer ruidoso de una ciudad que nunca duerme. Sentirse solo en una casa vacía, sentirse solo en una casa llena de gente. Que al levantar los adoquines no se encuentre la playa, que detrás de la pared derrumbara se encuentre la nada. La risa y el llanto. Que no te devuelvan las llamadas, que te devuelvan tus cosas.

No hay una sola razón, un solo motivo, una única motivación que te lleve a sentarte frente el teclado, o que te haga buscar papel y birome en un morral que atesora toda una semana de viajes.

Así es como tampoco un solo sendero nos conduce al amor, sobretodo a la puesta en marcha del complejo mecanismo que da por inicio al enamoramiento. Múltiples razones, incontables motivaciones, muchas sinrazones. Una mirada entre muchas, un perfume particular entre cientos de aromas. Un baile sensual, un baile gracioso. Un cantar a los gritos sabiendo que se interpreta mal pero fingiendo que se lo hace bien. Una mujer intentando aferrarse a una infancia lejana mediante palabras aniñadas. Verla salir del baño con el pelo mojado y acompañada solo por el aroma natural de su piel. Un roce fingido como involuntario, una invitación al roce. Que entienda las palabras tanto como los silencios. Que sueñe dormida, que sueñe despierta. Que no sea conciente de su belleza, que de serlo no lo utilice por demás. Que ame lo suyo y lo defienda, que respete lo mío y me deje defenderlo.
No existe una única motivación, un paso inicial único para enamorarse. Se encuentra ahí, entre nosotros, esperando el momento para dar inicio al camino que nos lleve al amor, solo hay que vencer los miedos que dan los caminos nunca transitados…


La recomendación de hoy es Antonio Porchia (1886-1968), nacido en Italia pero adoptado por la localidad bonaerense de Olivos. Su obra VOCES fue editada varias veces (1943, 1948, 1956, 1964, 1965, 1966, 1970) y así en sucesivas reimpresiones. "Debo decir que el pensamiento más dúctil de expresión española es, para mí, el de Antonio Porchia, argentino, afirmo Andre Breton.



Soy un habitante, pero ¿de dónde?


El hombre es aire y para ser un punto en el aire necesita caer.

El dolor no nos sigue; camina adelante.

A veces, de noche, enciendo una luz, para no ver.

Veía yo un hombre muerto. Y yo era pequeño, pequeño, pequeño…

¡Dios mío, qué grande es un hombre muerto!


Una cosa bella es dos cosas: bello y cosa. Y las dos cosas nunca se dan juntas.

Soy un habitante, pero ¿de dónde?

Hace mucho que no pido nada al cielo y aún no han bajado mis brazos.

Otra vez quisiera nada. Ni una madre quisiera otra vez.

Yo también tuve un verano y me quemé en su nombre.

Te deben la vida y una caja de fósforos y quieren pagarte la caja de fósforos,

porque no quieren deberte una caja de fósforos.


No, no es nada, nada. Es sólo dolor.

Palabras que me dijeron en otros tiempos, las oigo hoy.

Nada más que un infinito de esperas y el fin de un infinito de esperas. Nada más.

Mi nombre, más que llamarme, me recuerda mi nombre.

A veces necesito la luz de un fósforo para alumbrar las estrellas.

Quien ha hecho mil cosas y quien no ha hecho ninguna, sienten iguales deseos: hacer una cosa.

Una flor y un infinito de puñales. Y sólo una flor mata. Está de más un infinito de puñales.



Tuesday, May 18, 2010

De recuerdos y Disc Jockeys...


Era una de esas charlas de sobremesa, una como tantas, se lanzaban humoradas, sentencias sublimes, recuerdos bochornosos, y no tanto. Fue un mediodía, que sin darnos cuenta se hizo tarde, y sin embargo, de puro gusto lo hicimos noche. Fue en esa jornada eterna, donde las anécdotas lubricadas por el néctar del alcohol se dejaban caer por la lengua, escapándose entre los dientes. Fue esa tarde, entre risas, que el padre de un amigo nos contó la historia del amor de su vida.

Entre todas las anécdotas y los detalles, entre todos los fantasmas del recuerdo invocados ese jornada eterna, hubo uno que merodeo mis siguientes días de manera recurrente. Creo recordarla con exactitud, cada silencio, cada gesto, cada mirada perdida, cada pausa ocasionada por la transportación mental a tiempos pasados. En un detalle nos detuvimos todos un instante, porque tenía que ver con la música, que es una de las pasiones que nos unía ese día, más allá de la comida.

No importaba que en el club nos hayamos enojado, poca importancia le dábamos a si esa semana habíamos hablado poco o mucho, si a ella le gustaba mi trabajo o si a mi me gustaba su carrera, los dos sabíamos que el día del baile, había un tema que íbamos a bailar juntos, y no cualquier tema, sino ese tema en particular. Nos comento eso, y quisimos saber que tema era, no recordaba el nombre, pero lo tarareo de manera sublime, y le sumo el dato de que era de John Paul Young, lo cual nos alcanzo para buscarlo rápidamente en la red.

Esa noche opte por irme caminando a mi casa, al fin y al cabo no son tantas cuadras, necesitaba caminar y pensar un poco. Así que salude a todos, ajuste mi bufanda, subí el cuello de mi campera, y me largue a caminar esas cuadras, me lance a pensar. Pensé a Mario esperando todo el baile que el Discjockey, casi convertido en el Dios del Amor a esa altura, revuelva entre sus discos y encuentre aquel que traía el tema que era la llave que abría la puerta, que daba al camino que terminaba en los brazos del amor de su vida. Pensé a Luisa practicando los pasos en la semana con sus amigas, a Mario escuchando el disco en su casa para practicar en que compás era conveniente confesar sus sentimientos.

Llegue a mi casa lleno de pensamientos, con la cara helada, pero con la certeza que me dejo la espera de Mario, la imagen de su espera estoica, toda una noche esperando por esos cuatro minutos junto al amor de su vida…



La recomendación de hoy nos lleva a Nicaragua, a la poesía modernista de ese querido país, Manuel Maldonado (1864-1945).

Y entonces fue

Muchas veces, Señor, yo te he buscado
donde quiera que hay luz, vida o ruido,
en el fanal del sol, siempre encendido,
y en la feraz vegetación del prado.


Te he buscado en el mar ronco y airado,
en el crujir del rayo enfurecido,
en la flor, en el céfiro, en el nido,
y en el rojo crepúsculo incendiado.


Pero una noche muda, solitaria
y fría como estepa de Siberia,
después de un gran dolor y una plegaria


en un establo lleno de miseria,
al fin te pude hallar dentro de mí mismo,
y entonces fue que se alumbró mi abismo.